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Por sus frutos conocereis el árbol

Por sus frutos conocereis el árbol

SAN AGUSTÍN

LOS FALSOS PROFETAS
MILAGROS QUE DIOS PERMITE A LOS INICUOS

 

“Es de gran importancia señalar, a este respecto, que no debemos dejarnos engañar –nosotros que aspiramos a la contemplación de la verdad—por el mero nombre de Cristo”

“…nos avisó que no nos dejáramos seducir por ellos, creyendo que la invisible sabiduría habrá de estar donde viéremos un milagro visible

“Quizás alguno diga que los malvados no pueden hacer tales milagros visibles…”

 

82.-Sin embargo, no por tener ojo puro, o sea, por vivivr con simple y sincero corazón, se puede sondear el corazón ajeno. Por eso, todo lo que no puede mostrarse en los hechos o en las palabras se manifiesta en las tentaciones. La tentación puede consistir en estas dos cosas: o en la esperanza de alcanzar alguna comodidad temporal, o en el temor de perderla. Y debemos precavernos no sea que, tendiendo a la sabiduría, que sólo puede hallarse en Cristo, em quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (I Col II, 3), seamos engañados, con el nombre mismo de Cristo, por los herejes o por los que entienden mal la verdad, y por los amadores de este mundo. De esto nos avisa a continuación: No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos (2Mat., VII,21). No pensemos que el mero hecho de dirigirse a Nuestro Señor y decirle: Señor, Señor, equivale a producir aquellos frutos que denotan al árbol bueno. Los únicos frutos buenos consisten en hacer la voluntad del padre que está en los cielos, de lo cual se dignó dársenos Él mismo como ejemplo.

83.- Puede, sin embargo, preocuparnos cómo pueden conciliarse con estas palabras aquellas otras que dijo el Apóstol: Ninguno que hable por el Espíritu de Dios dice anatema a Jesús; y ninguno puede decir: Señor Jesús, sino por el Espíritu Santo (1Cor, XII, 13). ¿Cómo entender, entonces, que nadie dice Señor Jesús sino por el Espíritu Santo? La diferencia está en que el Apóstol empleó la palabra dice en sentido propio, o sea, significando el entendimiento y la voluntad del que habla. El Señor, en cambio, empleó la palabra dice en sentido más amplio cuando dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos. No podemos afirmar, en verdad, que realmente dice el que no entiende ni quiere entender lo que dice; pero aquél que con el sonido de la voz expresa su mente y su querer, ése dice con propiedad. También anteriormente, al contar el gozo entre los frutos del Espíritu, se habló con propiedad; no en el sentido en que se expresó el Apóstol en otro lugar: No se goza con la iniquidad (I Cor XIII,6). ¡Como si alguien pudiera gozarse con la iniquidad! Trátase allí más bien de la agitación del alma turbada, no de un gozo propiamente dicho, pues éste sólo tiene lugar en las almas buenas. Síguese, por lo tanto, que hay dos maneras de decir: la de los que expresan aquello que comprenden con el entendimiento y quieren con la voluntad, y la de aquellos que sólo dicen con la voz. A este sentido se refería el Señor cuando dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos. Pero dicen con verdad y propiedad aquellos cuya mente y cuya voluntad no están en desacuerdo con su palabra. En este sentido se expresó el Apóstol cuando dijo: Nadie puede decir: Señor Jesús sino por el Espíritu Santo.

84.- Es de gran importancia señalar, a este respecto, que no debemos dejarnos engañar –nosotros que aspiramos a la contemplación de la verdad—por el mero nombre de Cristo: pues hay quienes pronuncian ese nombre y no practican sus obras; como tampoco por ciertos prodigios y milagros que el Señor haya obrado en atención a los infieles, acerca de los cuales nos avisó que no nos dejáramos seducir por ellos, creyendo que la invisible sabiduría habrá de estar donde viéremos un milagro visible. Añade, pues, y dice: Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombres, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces yo les diré claramente: Nunca os conocí; apartaos de mí los que obráis la iniquidad (Mat. VII, 22-23). No reconocerá, pues, sino al que obrare la justicia. A los mismos discípulos les prohibió gozarse en tales cosas, es decir, en que los demonios les estuviesen sometidos: Mas gozaos –dice—de que vuestros nombres estèn escritos en los cielos (Luc X, 20),  es decir, en aquella Jerusalén celestial, en la cual sólo reinarán los justos y los santos. ¿No sabéis –dice el Apóstol—que los inicuos no poseerán el reino de Dios? (I Cor, VI, 9).

85.- Quizás alguno diga que los malvados no pueden hacer tales milagros visibles, y que mentirán los que osen decir: En tu nombre profetizamos lanzamos demonio se hicimos muchos milagros (Mat, VII, 22). Lea ese tal cuántos milagros hicieron los magos egipcios cuando se oponían al siervo de Dios Moisés (Éxodo., VII, VIII); y si no quisiere leer esto, por cuanto no lo hicieron en nombre de Cristo, lea los que refiere el mismo Señor de los falsos profetas, con estas palabras: Entonces, si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí o allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristo y falsos profetas, y darán grandes señales y prodigios, de modo que caigan en error aun los escogidos. Ved que os lo he dicho de antemano (Mat. XXIV, 23-25).

86.- ¡Cuán necesario nos es, por consiguiente, tener ojo limpio y sencillo para encontrar el camino de la sabiduría, obstruido por tantos engaños y errores de los hombres malos y perversos! Evadirlos todos es llegar a una paz cierta y segura, a la posesión permanente de la inmutable sabiduría. Pues es muy de temer que en el calor de la discusión y de la contienda no se vea lo que unos pocos pueden ver: que el ruido de los litigantes sería pequeño si cada uno no se aturdiera a sí mismo. A esto se refiere lo que dijo el Apóstol: Porque al siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser manso para con todos, propio para instruir, sufrido, que corrija con modestia a los que tienen distintas opiniones, por si en algún día les da Dios arrepentimiento para conocer la verdad (Tim II, 24-25). Bienaventurados, pues, los pacíficos, porque hijos de Dios serán llamados (Mat V,9).

87.- La conclusión que de todo este discurso se infiere es terrible y exige toda nuestra atención. Todo aquél –dice—que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio que edificó su casa sobre la peña (Ibíd. VII,24). Pues nadie afirma lo que dice u ordena, sino con los hechos. Y si la piedra es Cristo, como lo testifican muchos pasajes de la Escritura (I Cor, X,4), aquél edifica en Cristo que practica sus enseñanzas. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos y dieron impetuosamente en aqella casa, y no cayó; porque estaba cimentada sobre peña (Mat VII, 25).No temió éste, en efecto, superstición alguna tenebrosa (¿qué otra cosa puede significar lluvia, usada como símbolo de algún mal?); o los rumores de los hombres –que creo son aquí comparados a los vientos—, o el río de esta vida, figura de las concupiscencias carnales que corren como un torrente sobre la tierra. El que se deja seducir por las prosperidades es quebrantado por estas tres adversidades, a las que nada tiene que temer el que ha edificado su casa sobre peña, es decir, el que no sólo oye los mandamientos del Señor, sino que también los cumple. Y por todas ellas es vencido peligrosamente el que oye la palabra de Dios y no la practica, pues carece de fundamento firme; al oír y no cumplir, sólo edifica ruinas. Esto es lo que nos dice el Señor por estas palabras: Y todo el que oye estas mis palabras y no las cumple semejante será a un hombre loco que edificó su casa sobre arena: descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron impetuosamente sobre aquella casa, y cayó, y fue grande su ruina. YU sucedió que, cuando Jesús hubo acabado estos discursos, se maravillaban las gentes de su doctrina. Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas de ellos y los fariseos (Mat VII, 26-29). Esto es lo que antes dije que estaba significado en los salmos por el Profeta: En esto yo obraré confiadamente: las palabras del Señor, palabras puras: plata ensayada al fuego, purificada en la tierra, y refinada siete veces (Sal XI, 6-7). Este número me ha inducido a relacionar estos preceptos con aquellas siete sentencias que puse al principio de este discurso, al hablar Jesús de los bienaventurados; y con aquellas siete operaciones del Espíritu Santo que recuerda el profeta Isaías (Is XI, 2-3). Mas ora sea éste el orden que debe considerarse, ora sea algún otro, hemos de practicar lo que nos dice el Señor, si queremos edificar sobre piedra.

Transcripto del libro de San Agustín: EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (DE SERMONE DOMINI IN MONTE), Biblioteca del Peregrino. Segunda Edición de Emecé Editores, con las debidas licencias. Traducción de Juan Cortés del Pino. En 20 de Octubre de 1949 se terminó de imprimir.

NB: destacados de La Esquina

Tag(s) : #ESCRITOS-PREDICAS-ENSE
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