Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog

NTRA. SRA. DE LOURDES A BERNARDITA: ¡PENITENCIA, PENITENCIA, PENITENCIA!

Creemos que esta lectura es una misericordiosa exhortación cuaresmal, que oportunamente vuelve nuestra atención al cometido más acuciante del hombre: su salvación por el amor a Dios y la expiación. La reciente inundación de la Gruta de Massabielle es elocuente recordatorio de este llamado de la Santisima Virgen.

Al pie de la página hay un enlace para bajar el pdf. de este artículo.

LOS PORQUÉS DE LOURDES (LE POURQUOI DE LOURDES)

ENSEÑANZAS DE UNA MADRE (LECTION D’UN MÉRE)

Por R. de MAUDUIT

Venite, filii, audite me; timorem Domini docebo vos.

Venid hijos, escuchadme; os enseñaré el temor del Señor

IMPRIMATUR: Virduni, die 4 Junii, 1903. Lizet, vic. Gen.

A María:

Dignaos, o Madre mía, bendecir estas líneas, en las cuales he querido exaltar vuestras apariciones y vuestros favores en Lourdes.

Siempre habéis obtenido la victoria contra Satanás, contra la herejía, contra los perseguidores de vuestros hijos. Hoy, todavía, es de Vos que nos vendrá la salud.

¿Con qué condición?

La orden de un General bien comprendida asegura la victoria. Nosotros debemos entonces escuchar vuestra voz, esforzarnos por comprender vuestras órdenes. He allí el secreto del éxito: la prueba es que nuestros enemigos quieren cerrar el Santuario de Massabielle, donde las multitudes vienen cerca de Vos para formarse para los combates del Señor.

¿Por qué vuestras apariciones en la Gruta? ¿Por qué vuestras palabras y vuestros actos durante estas manifestaciones misericordiosas? ¿Por qué tantos detalles, que ciertamente tienen un sentido querido por Vos? ¿Por qué la vestimenta blanca? ¿Por qué aquel Rosario? ¿Por qué este cinto azul? ¿Por qué estas rosas en vuestros pies? ¿Por qué vuestra mirada vuelta el Cielo? ¿Por qué la fuente que brota de la roca?

He intentado responder a todos estos Porqués. ¡Puedan estas reflexiones excitar las almas a meditar en vuestras apariciones! Vos misma reveladlas a quienes os buscan.

En cuanto a aquellos que os atacan, convertidlos, oh, Madre mía; toca su corazón y atráelos arrepentidos a vuestro Divino Hijo.”

CAPITULO XXIII

“¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!”

Y la Virgen María dijo: ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!. No es a los justos a quienes Ella viene a visitar; sino, como su Divino Hijo, Ella viene a llamar a los pecadores a la penitencia1 (Non veni vocar justus sed peccatores ad penitentiam. Luc.,v,32).

Pero ¿por qué Ella repite esta palabra tres veces? Es, ante todo, para remarcárnosla más, y para que sepamos que la penitencia es la más urgente de nuestras necesidades y la más importante de las lecciones que Ella viene a darnos. Esta palabra es dura y ¿quién puede entenderla? Sin embargo, hay que aceptarla; porque María la repite. Es también para decirnos que la Penitencia debe ser continua y practicada con valor y perseverancia. María nos dice de algún modo: “Para salvaros, el primer medio es la Penitencia, el segundo medio es la Penitencia, el tercer medio es siempre la Penitencia”; ha de durar hasta la muerte. Por último, dice por tres veces ¡Penitencia! Porque la Penitencia tiene, en realidad, tres grados. Esta palabra tiene tres sentidos diferentes que expresan tres cosas que María quiere que entendamos y practiquemos.

I. Penitencia quiere decir ante todo, arrepentimiento. Hacer penitencia, es lamentar los pecados, convertirse. Es en este sentido que Jesús decía a los Judíos: “Si vosotros no hacéis penitencia, pereceréis todos”; y San Juan Bautista: “Haced penitencia, porque el reino de Dios está cerca.”Y los Profetas repetían a menudo al pueblo de Israel: “Convertíos y haced penitencia2” (Convertimini et agite pœnitentiam. Ezech., XVIII, 30). Esta penitencia es, entonces, el arrepentimiento doloroso de haber ofendido a Dios.

He ahí la primera lección de nuestra Madre. Es a los pecadores a los que habla. “¡Pobres hijos, dice Ella, entended vuestra desgracia! Pecar es renunciar al Bien infinito por un ien miserable, al Bien eterno por una alegría pasajera, al Bien soberano, capaz de satisfacer los anhelos de un alma inmortal, ávida de una bienaventuranza sin medida, por un placer torpe, indigno de una criatura con raciocinio. “No digas: pequé y nada malo me ha ocurrido: porque aquel que peca, así sea una sola vez, pierde bienes infinitos3” (Ne dixeris: Peccavi et quid mihim accidit triste. Eccl., ix, 18)

¡Qué inmenso es, en verdad, el bien que habéis perdido! Es esta pérdida que los condenados lamentan con lágrimas y rechinar de dientes de desesperación, porque su separación de estar con Dios será eterna. Pero sus gemidos y sus lamentaciones serán inútiles. Aquí abajo, al contrario, las lágrimas de los pecadores les obtienen el poder recobrar el Bien que han perdido. También el Señor ha dicho: bienaventurados los que lloráis ahora porque un día os regocijaréis.

Buscad entonces al Señor mientras todavía hay tiempo de encontrarlo. Apresuraos a buscarlo, porque el Señor desea ser deseado. Es un bien tal, que no ir en su busca es un crimen que merece la ira. El Altísimo os ha perdonado hasta ahora; es paciente, pero al fin dará a cada uno lo que merece. “No digáis: la misericordia del Señor es grande, el perdonará la multitud de mis iniquidades; porque su misericordia está cercana de su cólera, y su justicia tiene el ojo abierto sobre los pecadores. Ah! No tardéis en vuestra conversión, ni la dejéis de un día para el otro, porque su indignación estallará repentinamente, y os perderá en el día de la venganza4” (Ne dicas; Miseratio Domini magna est, multitudinis peccatorum meorum miserebitur. Misericordia enim et ira ab illo cito proximant, et in peccatores respicit ira illius. Eccli., v, 6).

¡Es ahora que esta penitencia es fácil! Dios no exige sino un acto de amor, un grito del corazón que prefiere por fin a Dios antes que a la criatura, que lamenta haber contristado al soberano Benefactor. Que se nos grabe bien esta verdad consoladora y demasiado ignorada: el más pequeño grado de contrición basta a remitir el pecado mortal, provisto que se funde en el motivo del amor a Dios. Lo que Dios mira, no es la intensidad de la contrición, sino su naturaleza. Los torrentes de lágrimas vertidas por temor al infierno o por vergüenza de haber pecado no remiten una sola falta mortal. Pero para borrar miles, basta un solo acto de contrición piadosamente recitado, como enseña el Catecismo. “Dios mío, lamento haberos ofendido, porque el pecado os disgusta y porque Vos sois la infinita Bondad”. Porque la primera de las contriciones es imperfecta: se basa en el interés personal; la segunda es perfecta: nace del arrepentimiento de haber contristado a un Padre bien amado. Hace falta, por supuesto, que vaya unido a un firme propósito de no cometerlo más en el futuro, y de estar decidido a poner este propósito por encima de nuestra propia estima y de toda otra cosa. Esta palabra estima, es importante: quiere decir que debemos preferir el bien soberano y eterno a todo otro bien, a colocarlo por encima de todos nuestros afectos, incluso de aquellos que comprobáramos quizás más sensibles por las criaturas: por ejemplo, por nuestros padres. Es entonces de la inteligencia y no de la sensibilidad que se desarrolla la contrición perfecta, y es por ello que es tan fácil de adquirir.

Pero una condición siempre deber ir unida a este arrepentimiento del pecado y al buen propósito de no volverlo a cometer: es la voluntad de confesarlo. El pecado mortal cometido después del Bautismo no es perdonado sino por la confesión al Sacerdote. Una sola cosa lo dispensa; y es la imposibilidad moral o física; pero la voluntad de confesarse en cuanto se pueda, nada la dispensa. Por esta resolución firme, en el momento en que se hace el acto de contrición, el alma recupera el estado de gracia. {…} Pero si se puede confesar, que uno sepa que está obligado a hacerlo y que lo rehúya, no tiene perdón posible. Es por esto que este Sacramento es por excelencia el Sacramento de la conversión, y atrae lo mismo que ella: la Penitencia, porque es el medio obligatorio de la reconciliación, y el testimonio que demanda Dios de la realidad del arrepentimiento.

Además, conlleva tantas gracias que para aquellos que le reciben Dios no les exige incluso una contrición perfecta: se contenta con algún arrepentimiento, siempre que éste sea sobrenatural, es decir, fundado en un motivo de Fe. El arrepentimiento por temor al Infierno o al Purgatorio, incluso a las aflicciones temporales con las cuales Dios castiga el pecado, unido a la voluntad de no cometerlo más, alcanza junto con la absolución a asegurar el perdón.

¨{…} El rico malvado en el Infierno suplicaba a Abraham enviar a Lázaro a decir a sus hermanos que no vinieran a reunirse en el lugar de los tormentos. Y Abraham le respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas, si a ellos no los escuchan, incluso si un muerto resucitara, no le creerían.” Pero he aquí que María, Ella misma ha pedido a Dios venir a traernos el mensaje del rico malvado. Si, de alguna manera los habitantes de los infiernos mismos dicen: “Oh Dulce Virgen, Oh, Refugio de los ´Pecadores, querríamos nosotros que, por un justo castigo de nuestros crímenes estamos condenados al odio eterno, vayas a decir a nuestros amigos de la tierra que se conviertan, no sea que ellos también caigan con nosotros en el abismo.” Y María, viene a decirnos: ¡Haced Penitencia!

II. El segundo sentido de la palabra Penitencia es el de la expiación del pecado. Así es como el Sacerdote da al pecador que se confiesa “una penitencia”. Es también en este sentido que San Juan Bautista decía a los Judíos: “Haced dignos frutos de penitencia5” (Facite fructus dignos pœnitentiæ). En efecto, no basta con arrepentirse de las propias faltas; hace falta su castigo. El salario que merece el pecado es el sufrimiento. Por esto es que Adán, contrito y arrepentido recibió su perdón de Dios; pero al mismo tiempo, fue condenado a trabajar, al sufrimiento y a la muerte. Se le dijo: “La tierra será maldita a causa de tu pecado; ella no producirá para si sino zarzas y espinas. Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que regreses al polvo.” Y a Eva, Dios le agrega: “Multiplicaré tus dolores.” Y durante los mueve siglos de su vida sobre esa tierra, Adán y Eva hicieron penitencia. Y toda su posteridad, habiendo participado de su culpabilidad, participa de su castigo. Por las buenas o por las malas, hay que sufrir los dolores y la muerte. Es entonces muy importante para nosotros meditar y comprender esta gran palabra que María clama: ¡Penitencia!

Ella quiere decirnos que no nos volvamos contra el sufrimiento, sino por el contrario, que lo aceptemos voluntariamente y aún que lo busquemos. Ella nos predica, en una palabra, la necesidad de expiación. Es una palabra dura ésta, y pocos quieren oírla. “La palabra de la cruz, dice San Pablo, es locura para aquellos que se pierden. Pero para nosotros, que queremos salvarnos, es la fortaleza de Dios…El Cristo crucificado es para los Judíos un escándalo, para los paganos una locura, pero para los escogidos es el triunfo y la sabiduría de Dios6 (Icor., i, 23).

Escándalo para los judíos: lo que ellos pretendían eran las bendiciones temporales. No podían creer que Dios castigara a aquellos que ama… “Si Jesús es el Hijo de Dios, ¡que descienda de la Cruz!” ¡Ay, cuántos cristianos mismos tienen ese espíritu judaico! Las pruebas, los sufrimientos, son para ellos una piedra de tropiezo. Rehúyen la cruz que Dios les envía, murmuran de ella, blasfeman, tratando a Dios de injusto, de cruel. Olvidan que son pecadores y que sus faltas merecen los tormentos infinitamente más rigurosos del Purgatorio o del Infierno.

¿El sufrimiento nos hace revelarnos? ¡Es verdad, va contra la naturaleza! Pero quién ha hecho el sufrimiento? No ha sido Dios, es el hombre, es el pecado.

Pero he aquí lo que ha hecho Dios; Dios no ha hecho ni el dolor ni la muerte, sino más bien ha querido sufrirlos. Viendo cuán penoso parecía este remedio necesario a la humanidad, descendió del Cielo para enseñarnos a aceptarlo. Jesús, he aquí el nuevo y verdadero Adán, exiliado Él mismo también del Paraíso, su legítima morada, viajero por una tierra ingrata, árida y desolada. He ahí el verdadero Penitente, que llora toda su vida una falta que nunca ha cometido, pero de la cual se ve cargado, y que la expía en los trabajos, la tristeza, el ayuno, las lágrimas, después finalmente por la muerte, una muerte cruel, ignominiosa, con todos sus terrores, angustias, abandonos, desamparo, con todas las congojas del corazón, las torturas físicas y la dolorosa separación del alma y del cuerpo. Y todo esto Jesús lo ha sufrido por nuestro rescate; Él es nuestro modelo. Sus sufrimientos y su muerte no nos dispensan ni de sufrir ni de morir. Pero ellas nos donan solamente la fuerza de sufrirlos: Crux iis qui salvi funt id est nobis, virtus Dei.

He aquí lo que nos repite María al decirnos Penitencia. Es para decirnos: “Hijos míos, aceptad el sufrimiento, porque sois pecadores. Expiad vuestras faltas en este mundo; no esperéis a la venganza futura. Aplacad a vuestro Acreedor antes de que os cite delante del Juez, hace la paz en el camino: porque si llegáis delante del Tribunal Supremo con las deudas, se os hará satisfacer hasta el último óbolo, y seréis librados a las torturas y a los verdugos hasta que todo haya sido pagado.” Bien lejos entonces de huir del dolor, hay que buscarlo y unir incluso a las penas de la vida los ejercicios de la mortificación voluntaria. Es por esto que la Iglesia nos dice a voces cada año: ¡Penitencia! ¡Ay, en qué han devenido sus ayunos, sus abstinencias y su Cuaresma! Nuestra cobardía, nuestra resistencia la han obligado a disminuir sin cesar sus rigores, y lo poco que queda ni siquiera es observado. Pero esto no es para ventaja nuestra, sin duda. Si las penitencias impuestas han disminuido, la obligación de hacer penitencia sigue siendo la misma; solamente que es diferida. En lugar de hacerla en este mundo, la haremos en el otro; en lugar de ayunar, sufriremos el fuego; en lugar de una ligera privación, sufriremos suplicios espantosos. Una vez más, no es para ventaja nuestra. Felices aquellos que comprendieron la voz de María, ordenando a Bernardita humillarse, mortificarse besando la tierra, y comiendo hierbas y bebiendo un brebaje repugnante, y gritando a todos nosotros: ¡Haced penitencia!

¡Felices y sabios aquellos que satisficieron por sus pecados en este mundo! Encuentran dos ventajas inmensas. La primera es la de pagar un precio menor. Todo se centuplica en el otro mundo, los castigos así como las recompensas. ¡Pongámonos entonces a cobrar más tarde y a pagar ahora! Pero hay un segundo beneficio, es que haciendo penitencia en la tierra, no solamente pagamos nuestras deudas, sino que nos volvemos acreedores nosotros mismos. En efecto, en la tierra toda obra sobrenatural tiene dos valores, el uno es satisfactorio, el otro, meritorio: el primero extingue la pena debida al pecado, el segundo amerita la gloria eterna. En el Purgatorio, por el contrario, no existe más que la satisfacción. El tiempo de ganancia termina en la vida presente; además de no poder ganar méritos, siglos de sufrimientos inenarrables no hacen al alma subir un grado.

Escuchemos entonces a la Virgen María exclamando: ¡Penitencia!. Esto quiere decir: “Hijos míos, no vayáis al Purgatorio: no os servirá de nada; es un puro y doloroso retardo de la bienaventuranza que os quiero dar. ¡Os preparo tales alegrías en el Cielo, cerca de mí y de mi Divino Hijo! Ganadlas, purificaos, pagad vuestras deudas, preparaos para las bodas eternas; no faltéis a la cita inmediatamente después de que la hora de la partida haya sonado para vosotros.”

III. Por último, la Virgen Inmaculada exclama una tercera vez: ¡Penitencia! Esta vez no es a los pecadores a los que ella predica la conversión, ni a los convertidos que ella dice de pagar sus deudas. Ella se dirige aquí a todos los fieles, incluso a los justos, y les recuerda el carácter fundamental del cristianismo que es el espíritu de penitencia. Era el espíritu de María sobre la tierra. Ella era la Virgen sin mancha, ella no debía nada a la justicia de Dios; ella no estaba cargada de los crímenes de los hombres como su Hijo que, según la expresión tan elocuente de San Pablo, “se hizo pecado por nosotros.” Sin embargo, ¿quién más que nuestra divina Madre abrazó la carrera de la Penitencia? ¿No es Ella la Reina de los Mártires? ¿Su pobre corazón no fue traspasado, su alma no fue atravesada por una espada, sus ojos no han conocido las lágrimas? ¿Por qué tantos sufrimientos? Porque ninguna criatura ha estado tan unida a Jesús. Jesús es el Varón de Dolores, y cuanto más se aproxima a Él, más bebe de su cáliz, más participa de su cruz. Todo cristiano debe ser un hombre crucificado, por lo mismo que es discípulo de Cristo. ¿Puede vivir en el bienestar bajo un Jefe coronado de espinas? Jesús es la Cabeza de este cuerpo místico que es la iglesia; todo el cuerpo debe sentir sus dolores. Por eso es que la Pasión no se habrá acabado sino cuando todos sus miembros hayan sufrido, y esto es en el sentido que decía San Pablo en sus tribulaciones: “Completo en mí lo que falta a los sufrimientos de Cristo.” Cada uno de nosotros debe decir otro tanto; y si ama de veras a su Maestro, no solamente debe aceptar, sino desear, buscar incluso el sufrimiento, lejos de huir de él: debe modelar su vida según la vida del Redentor, que toda entera fue una Cruz y un Martirio.

¡Que nosotros tengamos necesidad de que María venga a recordarnos estas verdades importantes! Porque el mal soberano de nuestra sociedad es la falta de mortificación y la búsqueda perpetua de la diversión. Es la consecuencia forzosa del debilitamiento y la pérdida de la Fe: porque, si uno no ve sino lo terreno, es lógico que desee el placer. Pero, ¡ay, los fieles mismo se han dejado infectar por este naturalismo! Qué oposición entre el espíritu de Jesús y nuestra conducta. Mirad la vida de nuestro Divino Salvador: ¡que pobreza, que despojo absoluto de toda comodidad, de toda diversión! Miremos ahora nuestra vida: ¡qué búsqueda permanente de lo confortable y del bienestar! ¡Qué contraste ente la Cabeza y los miembros, entre el Rey y sus súbditos!

¿Quién se engaña? Ciertamente no lo hace la Sabiduría eterna…

Pero Dios nos afirma que si no participamos de sus sufrimientos no participaremos de du gloria. Aquellos que tendrán lugar en el Cielo son solamente los que “sean hallados conformes a la semejanza del Crucificado.”

Una sola palabra corregiría este lamentable estado de cosas, y María nos la dice: ¡Penitencia! Porque allí donde no reina más este espíritu de penitencia, reina el amor del placer. Ahora, bien, el placer engendra el egoísmo, el egoísmo la insensibilidad, la insensibilidad la crueldad, el desprecio del pobre. En lugar de estos sentimientos, poned el espíritu de Jesucristo, el espíritu de mortificación y de penitencia y todo habrá cambiado. Aquello que hayáis quitado a la sensualidad lo daréis a la caridad. Un hombre desprendido de los placeres siempre se compadecerá de la miseria del prójimo, porque lo propio del corazón es el amar, y no hay como el placer para endurecerlo. A partir de entonces, cómo querría hacer gastos superfluos para si mismo cuando sus semejantes carecen de lo necesario, estar en la sobreabundancia cuando sus hermanos pasan hambre? Si, he aquí el remedio único para los males que acontecen a nuestra sociedad…

Pero no es solamente a los individuos, sino a las naciones que María exclama Penitencia, porque los pueblos como los hombres tienen virtudes o vicios y merecen recompensas o castigos. Y cierto, a la Francia, María tiene mucha razón de gritarle Penitencia, y de repetirlo tres veces como un llamado desesperado, porque nuestros crímenes son tales que nuestra salvación reclama las más enérgicas expiaciones.

¡Penitencia! nos dice a voces entones. Es decir: “¡Oh, Francia (Oh, Argentina…) o mi pueblo bien-amado, conviértete, vuelve al Señor! Tú has roto su Alianza, tu reniegas de su Nombre y. oficialmente, no quieres más que sea pronunciado; tu violas su ley públicamente, tu profanas su día, tu persigues a sus ministros, tú separas a los hombres de Su Amor. ¿Has hallado la bonanza después de que te alejaste de tu Rey? ¿Has hallado la paz y la concordia después de que no escuchas más su voz que te predica sino la caridad?... ¡Oh, Francia, Francia, reconoce que es malo y duro haber rechazado al Señor tu Dios…

¡Penitencia entonces mientras todavía hay tiempo! Porque las naciones no tienen eternidad. Las habrá siempre en este mundo que son castigadas por sus crímenes. Apresuraos naciones a expiar por los ayunos, las lágrimas y las limosnas, las abominaciones incontables cometidas contra Dios, contra su culto, su ley, contra la moral pública, contra la justicia y la caridad; o de lo contrario la guerra, la peste, el hambre, las discordias civiles, la ruina y la bancarrota universal se precipitarán sobre vosotras. Ya no es más tiempo de reír y danzar, ni de dar fiestas…

Y la mirada de María busca víctimas, almas generosas que se ofrezcan voluntariamente por la salvación de sus hermanos. Dios no pide sino diez justos para perdonar a Sodoma. ¿Cuántos hacen falta para otorgar esta gracia a París, a Francia? Demasiados, seguramente, porque nuestros crímenes y nuestras abominaciones sobrepasan inmensamente los de Sodoma y de Gomorra. ¿Los hallará? ¡Cuánto lo desea María! … No quedan sino nosotros que podamos expiar. ¡Ay!, hasta ahora María buscaba sus ayudantes en los conventos. ¿Qué le sucederá a Francia si los religiosos la quitan (la expiación, n.d.t.)? Si, como los ángeles del Templo de Jerusalén se vieran obligados a lanzar el grito lamentable: “Salgamos de aquí! ¡Salgamos de aquí!” ¿qué detendrá los golpes de la Justicia?” …

Oh, Madre de dolor, oh, Reina de los Mártires, oh, vos, que en el Calvario nos habéis dado a luz con tanto sufrimiento, danos parte de vuestras penas amargas. No permitáis que vivamos en la disipación. No permitas que por evitar las expiaciones de esta vida, nos arrojemos en los tormentos eternos. Sin embargo, Vos conocéis nuestra debilidad; asistidnos a la hora del dolor y concedednos la paciencia.

Práctica. Recitad el Rosario de María por aquellos que sufren a fin de que acepten generosamente el dolor, y por todos los pecadores a fin de que hagan penitencia.

**********************************=============******************************

Tag(s) : #ESCRITOS-PREDICAS-ENSE
Compartir este post
Repost0
Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase: